Hilvanando el territorio nace en Lima, Perú, y es un proyecto que se pregunta por los afectos que generamos en torno a nuestros territorios. A partir de la pregunta «¿Qué es un monumento para ti?», recorrimos cuatro zonas en cuatro distritos limeños. La experiencia nos abrió nuevas preguntas que generaron materiales sonoros y gráficos, expuestos en un recorrido mediado por audioguías. A través de la invitación de Remezcla tu ciudad, nos sentamos en una escritura a cuatro manos para viajar entre Lima y Buenos Aires a través de esas preguntas.
Habitar una ciudad nueva y vivir en ella implica ser parte de una dinámica sensorial atravesada por contaminación de todo tipo: caos, alto tránsito de personas, espacios de hiper comercialización de nuestro tiempo libre, etc. Cambiar de ciudad es aprender nuevos códigos sensoriales para poder ser y estar en una porción de territorio. Desde lo cotidiano nos familiarizamos y aparecen otros modos de vivir en este nuevo espacio social. Vamos trazando nuevos trayectos mientras nos permite entrar; mientras el tiempo va tejiendo esa relación afectiva, vamos recolectando impresiones.
«¿Cómo sentís la ciudad?»1 Me resuena su voz en la mente, me sucede todo el tiempo, es otra entonación, otro pulso, otra forma de conjugar los verbos y me pregunto: ¿cómo es que se construye una sonoridad vocal según los territorios? ¿Habrá algo de lo que está en el aire que nos lleva a esa forma de pronunciar y entonar las palabras? ¿Los sonidos que ese territorio genera se hacen cuerpo a través de nuestras voces? Mi mente se dispersa…
Por ejemplo, el canto del pájaro que suena toda la noche por la avenida Corrientes es una señal desorientadora, hace pensar que son las seis de la mañana. Los cánticos de cada persona se van instintivamente unificando, una sensación de pertenencia que se guarda en las voces, una realidad de la cual ser parte. «Ya no vivo allá, hace unos meses vivo aquí», las voces como olas que se acompasan y se calibran entre sí.
«¿Cómo sientes la ciudad? / ¿Cómo sentís la ciudad?»
Entonces al responder a esa pregunta me pasa lo siguiente: aparece en mi cuerpo, y sobre todo en mis manos, una posible acción donde visualizo un conjunto de hilos, un tejido, que se tensa/estira/separa/afloja.
Estar en una nueva ciudad como una constante deriva. Las ciudades siendo ciudades, si bien en otra forma de ser ciudad, esta vez como un descubrir, un perderse, un extrañar, en un sentido de ser extranjera pero siempre citadina. A un tiempo, un pulso, un ritmo ya conocido.
Hilvanando el Territorio permitió preguntarnos por las monumentalidades que construimos. El recorrido nos mostró esos otros monumentos que fabricamos para ser parte de un territorio: la parroquia del barrio donde bautizaron a mi hermano, el parque donde mis padres se conocieron, la canchita del barrio donde jugaban mis amigues. Recuerdos de reunión humana, recuerdos que no he vivido, pero de los que me hicieron parte, en algún momento.
Los monumentos construyen narrativas sobre nuestros territorios, moldean nuestros sentidos sobre ellos y nuestras historias. Las diversas monumentalidades de Lima se ubican en cercanía casi sin relación aparente. Aun en esa extraña combinación, conviven en nuestra mirada y en los sentidos que tejen sobre nuestra ciudad. Las monumentalidades como esculturas públicas, dispuestas en los espacios de ciudad llevan consigo un sistema complejo de creencias (Majluf, 1994, p. 9) que conviven con las que hemos erigido en nuestra cotidianidad de ciudad (el altar del barrio, un paradero, el parque).
«En calles, plazas, parques o paseos se despliegan relatos, muchas veces sólo frases sueltas, incluso meras interjecciones o preguntas, que no tienen autor y que no se pueden leer, en tanto son fragmentos y azares, infinitamente entrecruzados.»(Delgado, 2007, pp. 9- 13).
Un territorio superpuesto con otros territorios, los sonidos del tráfico de carros superpuesto a los sonidos del mercado, junto con los cantos de las aves, el sonido del viento y las olas. Una gran masa de cuerpos sobre cuerpos, sonidos e imágenes, haciendo un gran ovillo de hilos rodantes. Territorios que se crean con la masa de todos nuestros recuerdos y vivencias.
Ahora que nos encontramos habitando esta otra ciudad va apareciendo el enorme monumento en la sonoridad de los dejos (sociolecto) que cada territorio imprime en nuestra voz. En los espacios entre palabras, entre letras, en los alargamientos de una vocal, en el uso de una misma palabra para tantas otras referencias. Un monumento al dejo y a las jergas/lunfardos/modismos de los territorios. Un tejido sensible y sonoro que está en el aire de cada ciudad.
Es muy curioso que ese aspecto monumental de un territorio se haga evidente al estar en otro lugar que no es el natal. Cuando lo ajeno evidencia lo propio. Y la insistencia en el uso de artículos por delante en el español en Perú, y también en las regiones donde el quechua fue lengua madre y está audible en tantas palabras2: Rímac, cancha, pucho, mate, etc.
Reconocer a una persona de Paraguay, porque habla distinto, ¿distinto a quién?, ¿al resto, al montón, a la mayoría de aquí? o a un niñe con un acento ya muy marcado que lo nacionaliza/territorializa sin saber siquiera aún qué significa eso de ser argentino, aunque quizá ya lo sabe muy bien. Todo eso va haciendo foco. Lo que es diferente muchas veces llama a escudriñar, ¿cómo sería escudriñar con los oídos? Oír hasta agotar, hasta querer entender o capturar algo que se escapa en forma de fade out.
Cómo nombramos las cosas forma parte también de las monumentalidades, esas que son difíciles de ponerle una forma-objeto pero que yacen en nuestros discursos políticos. La ciudad, como lo menciona Manuel Delgado (2007) «como una escritura, en donde los monumentos son subrayados, signos de puntuación donde el mobiliario de ciudad forma un palimpsesto» (pp.9-13). Tener un cuerpo de ciudad es amalgamarse con la masa, entrar en una coreografía colectiva que nos hace plegarnos y desplegarnos en los espacios públicos, en un ejercicio continuo de recorrer y crear monumentalidades.
Entramos, desde la ciudad, en el ejercicio inacabado de hacer consciente qué percibimos. Preguntas como: ¿qué sentidos se activan en la contemplación? o ¿cuáles son los límites de tu plano de percepción?, funcionan como caja de herramientas para traer al presente la consciencia de lo que estamos percibiendo. Al menos esa fue la idea que tuvimos para las audioguías. Sin embargo los sentidos conviven, entremezclados, por eso cuando observas una pared de ladrillos puedes percibir su textura, no la estás tocando, pero puedes saber con ver, porque la has tocado antes, porque guardas una memoria corpórea de aquello.
Por ejemplo, en algunas avenidas de CABA el gobierno de la ciudad ha colocado unas bancas que a la vista/tacto parecen unos sillones blandos, todas las características visuales nos indican, dada la experiencia, que son blandas. Sin embargo, nos han tendido una trampa: estas bancas son duras, son de cemento. Nos contaron que algunas personas se hicieron daño porque se aventaron, sus miradas táctiles en base a experiencias previas y saberes compartidos percibieron que era suave, blandito, como un sillón, pero no ¡fue muy tarde!3
Mientras estamos en el colectivo, en ese moverse, recorrer, transitar, en el encuentro con todo tipo de información que, de maneras ciertamente ocultas, operan en la percepción, convoca a una decisión aquello que la atención en dispersión encuentra atractivo, repulsivo, novedoso, similar; donde la curiosidad se posa, a veces mirando de reojo, otras buscando complicidad. El cuerpo percibe, siempre percibe: con qué te quedas, qué recortes azarosos te capturan, de qué se componen esas intuiciones curiosas. Lo que nos atrae suele ser lo que nos constituye. Operaciones más y menos conscientes.
Aquí ya no es “la combi”, “la T”, “la morada”, aquí es en masculino: “el bondi”, “el 24”, “el colectivo”, un sutil cambio de palabras que evidencia nuestro rol de visitantes. Errar en esa articulación se convierte incluso en una falta de respeto hacia la lengua madre, aquello donde la costumbre se aferra.
Lo sonoro también nos abre las puertas a los ecosistemas: ¿cuál es el sonido de esta tierra? ¿Cómo ensayamos derivas con otros seres? ¿De qué se componen nuestras ecologías territoriales?
“Por el centro de Buenos Aires he visto hormigas grandes y negras, como las que no veía hace mucho. Una fila enorme de hormigas llevando pedacitos de hierba en una jardinera de la ciudad. Debo haberme quedado como 15 minutos viendo esa deriva, ese trabajo colectivo. Un entrecruce más de seres que habitan la ciudad. ¿Qué sonidos tienen esas derivas insectas?”
Pero, ¿qué pasa cuando el viaje sucede en una ciudad pequeña?, donde la geografía, la temperatura, el color del cielo, la densidad de sus nubes es otra y los animales son aún dueños del entorno. Para responder estas preguntas me traslado a los recuerdos de mi viaje a Misiones, Puerto Iguazú. ¿Será que esta ciudad será ciudad o es pueblo? ¿Qué necesita un territorio para ser ciudad? Por el momento me quedo con la idea de una ciudad pequeña.
El canto de los tonos de voz es también distinto, el guaraní sobrevive en ese canto, más cercano al canto de las aves, confundiéndose en el aire con el canto de los niños y una se pregunta por esa naturaleza entre plantas, animales e infantes, quienes habitan en ese otro estado, el de la improductividad. Y lo mismo en las culturas que emergen de los territorios amazónicos, selváticos, verdes, marrones, con río, lluvia y sol.
¿Qué constelaciones surgen en un territorio a partir de los recorridos de sus habitantes? ¿Qué entramados coreográficos bailamos cada día? ¿Debajo de qué sonoridades ocurren?
Huellas que se superponen, que se quedan en la piel, huellas sonoras que nos hacen robar palabras y jugar. Las huellas dejadas por nuestras familias y que seguimos, las huellas del mar en la arena. Recorremos huellas de huellas y comenzamos a removerlas haciendo una mezcla. Seres compuestos de huellas que perciben la latencia de lo colectivo dentro de sí mismes (Combes, 2017, p. 70). ¿Desde qué huellas nos movemos? ¿Hacia dónde miran nuestros deseos en ese mover?
La ciudad que cada quien imagina para el futuro parte de los monumentos que habitan en el presente, los que hemos fabricado colectiva y afectivamente. El recuerdo del recuerdo que forman nuestras afecciones, nuestros lugares favoritos. Los que contienen un pedazo de nuestras historias. Retomando la pregunta “¿Qué monumento pondrías tú?”, recorrimos el ovillo, un juego de danzas que transforman nuestros cuerpos y a la vez transforma el cuerpo de la ciudad, monumentalizando nuestros deseos y haciendo material nuestros afectos.
Raquel García Solano
Su práctica de movimiento y de teorización la ha llevado a generar vínculos entre el movimiento y sus posibilidades reflexivas, así como críticas. Curiosa de lo que puede hacer el cuerpo y las problemáticas que operan en esos haceres. Ensaya actualmente las deformaciones que pueden crearse con las palabras y el movimiento. De la mano de la teoría filosófica y los universos que abre la teoría crítica.
Urpi Castro Chávez
Artista y directora escénica, bailarina, docente y gestora cultural con estudios en sociología por la UNMSM, danza contemporánea y pedagogía de la danza por la PUCP y gestión cultural por FLACSO-Argentina. Actualmente cursa la maestría de Prácticas Artísticas Contemporáneas en la UNSAM- Buenos Aires / Argentina dirigida por Marie Bardet. Desde el 2017 funda y dirige la Asociación Cultural Tremenda.
Tremenda
Es una plataforma artística de gestión y producción para la articulación, el diálogo ciudadano y la difusión de la danza, el movimiento y los cuerpos diversos. Fundada y dirigida por Urpi Castro, nace en septiembre de 2017 como proyecto independiente y autogestionado. Trabaja en torno a 3 ejes vinculados al impacto de las danzas contemporáneas en la escena local: creación, formación y difusión.
Desde este enfoque sobre el cuerpo y la danza, como lenguaje artístico y como práctica generadora de saberes, integra aspectos pedagógicos, creativos y reflexivos desde miradas propias del sur.