Sorderas provocadas por el extractivismo
por Nahún Saldaña
En las alturas del norte peruano, un aparente silencio se transforma en un múltiples sonoridades. Un cambio de conciencia sonora y cultural es el antídoto que rompe la eterna dicotomía entre oír y escuchar. Algo que, desde luego, no es tomado en cuenta por las mineras que explotan estos territorios y desconocen el valioso aporte cultural de estos espacios naturales y de los habitantes que laosocupan.
Me despierto como un sonámbulo, con los ojos semi abiertos. A pesar de estar nublado, el conductor maneja con la suficiente confianza para mantener una discusión con el pasajero de al lado. Apenas logro escuchar lo que dicen. El sonido del motor y una selección de huayno exquisita me dejan escuchar oraciones sueltas. Ambos discuten sobre lo rentable que es convertirse en un minero en Cajamarca (Perú). Creo haber escuchado todo esto e incluso haberlo grabado, pero luego de revisar mis archivos, no había nada en mi vieja grabadora. ¿Lo habré imaginado?
Me dirijo a una comunidad a 3538 metros sobre el nivel del mar. Se llama Lirio y se caracteriza por tener una historia de resistencia a uno de los proyectos mineros más conflictivos del país: Conga. De este problema, iniciado en 2012, se puede escribir mucho. Más aún cuando, en un solo mes, se han registrado 224 conflictos por la minería en todo el país (Defensoría del Pueblo, 2023)1 . Intentar entender las causas de estos conflictos puede ser muy confuso. Como la confusión de subir a este nivel de altura y someterme a tantas curvas a gran velocidad.
Luego de viajar por cuatros horas, me encuentro confundido y admirado por el escenario: un lugar mágico, lleno de hoyos profundos y vacas desperdigadas por un pasto verde que se pierde en el horizonte, con nubes gigantes que parecen querer comerse a la tierra. La cantidad de casas son las suficientes para poder recordarlas luego de una primera mirada, y entre sí, tienen la distancia justa para sentir que forman parte de una misma comunidad, un mismo pueblo.
Al llegar pienso lo difícil que es no romantizar la mirada. Más cuando has nacido en una urbe con un cielo gris, llena de cemento, donde la naturaleza se encuentra domesticada y reducida a espacios de ocio en el mejor de los casos. Traumas de un limeño promedio. Sin embargo, la escucha como un acto crítico nos puede empujar a reconocer otras nociones, relatos y horizontes que no necesariamente están vinculadas con el presente. Desde una conversación hasta el susurro del aire, pueden sugerir un recuerdo o incluso un deseo que intenta estar en ese terreno de los sentires más complejos.
Vuelvo al ahora con los ladridos de los perros que interrumpen mi pensamiento y delatan nuestra presencia, poniendo en aviso a toda la comunidad. Los ladridos parecen volverse más fuertes luego de que el pequeño mini bus nos deja en la comunidad. Tras el bombardeo sonoro que fue el viaje, todo me parece muy silencioso.
Mi cuerpo siente una sensación de alivio al llegar a Lirio. Hay sonidos que solo son percibidos cuando desaparecen. Muchas de esas perturbaciones sonoras suceden sin que seamos conscientes de ellas, no sabes que te están molestando hasta que desaparecen. Las ciudades están llenas de este tipo de sonidos. Sólo hay que alejarse de ella para darse cuenta. Tengo la calma y el tiempo suficiente para aclimatarme a 3 mil metros de altura. Llevo conmigo micrófonos para grabar dentro del agua, en espacios abiertos e internos, pero la principal herramienta que tenía era mi escucha curiosa y fresca en un territorio en el que nunca había estado.
Estoy aquí gracias al colectivo Maizal, que viene haciendo un trabajo importante con las comunidades del interior del Perú para rescatar y valorar sus sonoridades. Mi labor fue muy concreta: tenía que hacer un registro auditivo, sin embargo, mientras realizaba esta labor, mi experiencia fue transformándose, así como mi percepción.
El primer registro fue el de un charco de agua. Sin embargo, aún sonaba en mi mente la selección exquisita de huayno que, para ser honestos, no tengo el conocimiento suficiente para definirla como un estilo musical específico. Creo que como humanos tenemos el complejo de estar constantemente buscando definiciones y etiquetando todo lo que pasa a nuestro alrededor. Es muy humano reconocer que hay sonidos que se nos irán de los oídos. Sólo sé que era muy celebrada por todos los que la escuchaban.
Mi labor fue muy concreta: tenía que hacer un registro auditivo, sin embargo, mientras realizaba esta labor, mi experiencia fue transformándose así como mi percepción.
A veces dudo si lo que escucho es real o es lo que mi mente quiere escuchar. Nuestra mente es muy curiosa, y nos induce a imaginar sonidos con nuestras referencias pasadas o experiencias inmediatas. Intento alzar el volumen para distinguir mejor las variaciones sonoras que ocurren en ese pequeño charco, cúmulo de agua de lluvia, que seguro está lleno de vida. La sutileza es tanta que cada sonido identificado para mi es una celebración.
Don Luis, un habitante de Lirio que nos muestra el camino, nos recuerda que en el pasado era habitual beber el agua de lluvia, pero que ahora no sucede lo mismo:
«El agua antes la tomábamos haciendo un pozo con la lluvia, era agua pura. Ahora no se puede hacer eso porque perjudica nuestra salud y la de nuestros animales, porque el ambiente está contaminado. Incluso el agua potable es más cochina (sucia) que el agua que nace en los puquios (ojos de agua)… por eso tenemos que defender el agua».
La reflexión que hace Don Luis sobre el agua es muy reveladora y muestra claramente la relación que tiene con su territorio. Siendo agricultor, tiene que estar muy atento a cómo se gestiona este recurso. Por ello toda la comunidad se organiza en torno al agua, creando y cuidando canales para regar los cultivos que les permite vivir. Esta relación tan estrecha y básica es, en realidad, la de cualquier humano, pero habiéndonos despojado de nuestra asociación con el agua, las montañas y las lagunas, es más difícil reconocerlo. Para él está super claro: las lagunas son fundamentales para la vida, como dicen las coplas de nuestro amigo Daniel, nuestro anfitrión:
«(…) como hermosos diamantes, son las lagunas de Conga, que brilla con el sol radiante…»
Atentar contra el agua desencadena una serie de problemas, como el uso de pesticidas para combatir nuevas plagas, la necesidad de nuevos antibióticos para sus animales y así sucesivamente, explica Don Luis. Es por eso que la defensa del agua es un acto obligatorio para todos los que viven en y de la tierra.
Lirio está lleno de sutilezas. Desde la historia que nos narraban sus habitantes hasta el paisaje sonoro que revelaba. Era entonces en esas sutilezas donde se encontraba el maravilloso carácter sonoro de Lirio. Y lo terminé de confirmar con un evento: luego de un largo día de registro, nos encontrábamos caminando por uno de los puntos más altos del hoyo; del otro lado se encontraba un vecino que llegamos a reconocer a lo lejos. Le gritamos para contarle que quizás lo visitabamos mañana para hacerle una entrevista. Curiosamente, él solo nos respondía hablando, sin necesidad de gritar, no le hacía falta. La conversación continuó, hasta el punto que fueron muy extraños nuestros gritos para intentar dialogar. Asumimos que era la forma en que nos escucharía estando tan lejos pero no caímos en cuenta que dada la morfología del territorio y la ausencia de ruido, no hacía falta alzar la voz. Solo necesitabas decir las cosas con voz calma y lenta. Es ahí donde me di cuenta que un lugar como Lirio conservaba un paisaje sonoro determinado básicamente por esa tranquilidad y poca perturbación sonora.
Todo esto configura una forma de relacionarse con el entorno y con los demás. Permite a sus habitantes hablar desde tan lejos e incluso reconocerse. En una conversación con Don Luis, al esperar a una de las vecinas para ir a grabar en su casa, recuerdo claramente que mientras hablaba se paró repentinamente para comentar de que la vecina ya estaba a punto de llegar. No había visto a ningún lado, ni su reloj y mucho menos un celular. Solo lo dijo, intempestivamente, mientras conversábamos. Le pregunté cómo lo sabía. El me respondió: «ya la escuche venir». Analicé qué era eso que escuchó y resultó ser el tipo de mugido de la vaca que venía con la vecina, además del ritmo de sus pasos, algo que luego me percaté que, efectivamente, estaban ahí presentes en nuestro campo sonoro. Tras unos cuantos minutos, apareció la vecina con su vaca.
A partir de esta experiencia, decidí explorar más esta capacidad de escucha tan amplia que tenía Don Luis y empecé a preguntarle a otros pobladores de Lirio, niños, adultos y abuelos, sobre qué escuchaban en determinados momentos. Fui consciente de que yo era el que estaba sordo. Por ejemplo, todos los habitantes podían reconocer en cuanto tiempo llegaba el siguiente mini bus por el sonido del motor que venía a lo lejos. Los niños reconocían cuándo empezaban las clases o si las aulas estaban abiertas. Cuándo alguien había sacado sus ovejas o cuándo estaba dando de comer a su vacas. De pronto esa comunidad que me pareció tan silenciosa y tranquila, comenzó a tener un dinamismo increíble.
Mientras más días pasaban podía reconocer los sonidos que configuraban la vida en el pueblo. La vida siempre estuvo ahí. El que no estaba era yo y mi percepción para darse cuenta de ello. ¿Cuántos estímulos nos perdemos por andar ensordecidos? Los perros dejaron de ladrar. De pronto mi presencia ya no les era extraña, se habían acostumbrado a mis sonidos, desde mi habla hasta los movimientos que hago. Ya sintiéndome más cómodo por lo familiar y lo reconocible, me acuesto el último día medio sonámbulo, con los oídos semi abiertos porque ya podía reconocer cualquier interferencia ajena al paisaje sonoro de la comunidad. A pesar de estar en silencio, mi mente otra vez hace el ruido suficiente pero ya no del huayno exquisito, sino de susurros escuchados dentro y fuera del agua.
La percepción nos puede engañar; más aún, cuando vivimos ensordecidos.